Llegamos por la noche y nada más llegar no
nos lo podíamos creer. Parecía que alguien nos había reservado el mejor lugar
para que aparcásemos nuestra casa con ruedas. En el mismo paseo, a dos pasos de
la playa, entre una zona reservada para motos y otra para conductores con
movilidad reducida. El espacio exacto para nuestra casa de 7m.
Aparcamos, cenamos y nos quedamos
boquiabiertos viendo la luna reflejarse en el mar. Un mar de plata, una luna
llena, el ruido de las olas... idílico, o casi... solo fallaba la cantidad de
coches que pasaban por ahí y la gente hablando a voces mientras caminaban por
el paseo. A Èrika, lo que más le llamó la atención fue un pequeño parque con
dos toboganes que estaba justo al lado de la autocaravana. Ya os digo, parecía
que alguien nos había guardado el lugar ideal para nosotros.
Por la mañana salimos a la playa y ahí
estuvimos todo el día. Los peques jugando en el tobogán y con la arena,
buscando pechinas y piedras y disfrutando de lo lindo. A lo lejos vimos un
pequeño grupo de gaviotas. Al día siguiente mas playa y parque y cuando el sol
ya empezaba a bajar hacia el horizonte los peques estuvieron muy atentos a los
barcos de pescadores que llegaban a puerto. A Èrika le interesó mucho donde
dormían los barcos y qué llevaban y como pescaban... y Aniol se fijó en las
gaviotas que seguían a los barcos de pescadores.
Aprovechamos para hablar de pesca y de qué
comen los pájaros en general y las gaviotas en particular y para investigar
sobre peces y qué animales del mar nos comemos y... ¡la verdad que dio de sí la
tarde!
Por la noche otro regalo estupendo: una
luna casi llena y roja que aparecía justo tras la línea del horizonte sobre el
mar (lástima que no tuviéramos una cámara lo suficientemente buena para captar
esta preciosidad).
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